sábado, 5 de abril de 2025

VICARIATO HOSPITAL DE CAMPAÑA


Aunque el título podría haber sido “Una primera misa de miér…coles”, porque el teléfono sonó a las 3 de la madrugada, pocas horas antes de la cantamisa de Ramón. El hospital de Caballo Cocha empezaba a colapsar por la llegada de enfermos con un cuadro severo de vómitos, diarrea, dolores fuertes y gran malestar. Y todos habían participado en la fiesta de la noche anterior y comido ají de gallina, el probable foco de infección.

Misioneros, invitados, trabajadores de la oficina, familias enteras, amigos… Pocas personas se salvaron de la intoxicación alimentaria masiva. Tuvieron que llevar colchonetas al hospital y llamar a más enfermeras, porque al principio solo había dos y no daban abasto. Hubo que poner clavos en las paredes para colgar las bolsas de suero. Por todas partes se estibaban los enfermos; el doctor Zach, misionero médico, fue de los primeros en caer y de los más afectados.

Nuestra enfermera Elita Pinedo, responsable del Departamento de Pastoral de Salud del Vicariato, se salvó y fue clave para afrontar la crisis. A quienes estaban en el Centro Papa Francisco y habían sido trasladados al hospital, en cuanto se estabilizaban los devolvía al Centro para tratarlos allí. Las paredes nuevas se vieron tachonadas de puntas para las vías. Elita se multiplicó con gran entereza, profesionalidad y cariño.

Yo no noté absolutamente nada, y eso que comí normal y además tragué cinco o seis vasos de masato; será por la ley de la compensación: después de la gripe, me tocaba. Los que estábamos sanos nos organizamos espontáneamente para cuidar a los enfermos. Fue algo muy bonito, nadie tuvo que dirigir, simplemente le dábamos respuesta a las situaciones que se presentaban. Me recordó, en otro nivel, a la pandemia.

Ramón salió temprano a comprar medicamentos, botellas de salino, ampollas, suero oral… No hay duda de que su sacerdocio está marcado desde el minuto cero por el servicio a los más débiles. Las hermanas Marisol y Rosario se olvidaron de sus molestias intestinales y se patearon el pueblo saqueando literalmente las boticas; las existencias de loperamida y dimenhidrinato temblaron. Matías no se movió de la posta médica pidiendo y enviando, procurando bolsas y baldes, acompañando…


El pueblo cristiano se fue congregando para la primera misa y alguien tenía que explicar que ya no iba a poder ser ese día, y ahí intervine yo. Las caras del público expresaban sorpresa, pero también comprensión. Después me dediqué a caminar de un lugar a otro viendo cómo estaban los pacientes, qué se necesitaba, llama a este, trae lo otro por favor. Así pude apreciar la magnitud de la desgracia y la belleza de la entrega gratuita de unos a otros.

Santiago, Jorge y Janner, de la oficina, hicieron mil encargos. Alfonso lavó ollas, peló papas junto con el p. Javier, ayudó generosamente en la cocina a la hermana Berta, que se tuvo que sobreponer al disgusto y a la baja de sus ayudantes. Carmen limpiaba baños, que la vi con el rabillo del ojo. Bedith y Magna prepararon un rico tacacho que agradó a quienes teníamos hambre y a quienes apenas podían empezar a comer algo.

Me hacía gracia que Zach, sin casi poder moverse, diagnosticaba desde la cama. Llegaba por ejemplo un huambro, le contaba a Elita lo que le pasaba, y ella se iba junto a Zach: “un niño de 14 años que pesa 43 kilos y dice que tiene dolor agudo y vómito, pero no diarrea”. Y el doctor, con un hilo de voz de ultratumba: “dale dos miligramos de buscapina y ponle una ampolla de…”. Jeje.

Varios de los seminaristas cayeron, Anna y Gabi, el p. Alejandro, Gabriel (que fue el que más sufrió) y muchos otros. Fueron atendidos con delicadeza y empeño por sus hermanos misioneros. Alguien recién llegado expresó que ese fin de semana descubrió que el Vicariato es una familia, y sí, me siento muy orgulloso de eso. Hacemos lo que podemos, con lo que tenemos y los que somos, como un hospital de campaña, sin escatimar esfuerzos y entusiasmo, dándolo todo.

Cuando la plaga empezaba a remitir, afloraron las primeras bromas: “justo cuando el Papa se va de alta a casa, nosotros nos ponemos todos malos”; o bien “vamos a quitar el ají de gallina del menú de Punchana por el momento”, etc. Esta imagen es de la mancha antes de partir, las caras más alegres, algún kilo de menos y la satisfacción de estar juntos y más unidos como Vicariato San José del Amazonas.

sábado, 29 de marzo de 2025

UN NUEVO PRESBÍTERO AMAZÓNICO UNO-DE-LOS-NUESTROS

 
Lo vivimos el pasado sábado 22 de marzo en Caballo Cocha, capital del Bajo Amazonas. Un acontecimiento señero en la vida de nuestro vicariato: un joven hijo de estas tierras, Ramón Ramírez, fue ordenado presbítero convirtiéndose así – Diosito lo quiera – en un shungo, es decir, un pilar, de la Iglesia con rostro y corazón amazónicos que soñamos.

Todo ese día resultó único. Empezando por el lugar, porque el escenario de las anteriores ordenaciones había sido siempre Indiana, donde está la sede y por tanto la catedral del Vicariato. Y lo marco en cursiva para que se olviden de las catedrales al uso, porque esta es una iglesia bien modesta, sucesora de la primera, construida con madera y emponado, y techada con hoja de irapay, como las casas de familia. De modo que Caballo Cocha fue una novedad.

Los viejos del lugar no recuerdan que jamás haya habido allí una celebración de órdenes. Caballo Cocha es una especie de micro-amazonía peruana: pujante ciudad de 25.000 habitantes, pero con todo el sabor del medio rural; acá se cruzan el mundo mestizo flotante (profesores, sanitarios que vienen y van) con barrios enteros indígenas yagua o tikuna; centro neurálgico de negocios turbios como el narcotráfico, establecimientos blanqueadores de plata y enormes problemas de agua y desagüe; carácter fronterizo, paso de todo tipo de mercancías, ocho ¿o nueve? centros educativos, motocarros, corrupción y la epidemia de la pobreza extrema.

Pues ahí llegamos un buen número de misioneros e invitados de diferentes puntos de la geografía vicarial. Y por supuesto, un grupo grande de la familia de Ramón. Él es de Orán, un pueblo grande en la orilla del Amazonas. Su historia es la de un chico de la pastoral juvenil y del centro catequístico que se planteó la vocación, fue al seminario de Iquitos, allá no se sintió del todo bien, tuvo sus dudas, pidió salir por un año y trabajó en un restaurante de Lima resultando ser un gran chef, su jefe le ofreció contratos y ventajas, pero ya tenía claro lo que quería y regresó a seguir formándose, esta vez en Trujillo. Hasta su día grande.

La ceremonia fue bastante romana y ajustada a las normas, para que nos vamos a engañar, pero hubo algunos detalles muy emocionantes. Ramón y sus papás estuvieron todo ese día bastante tranquilos, pero cuando le colocaron la estola y la casulla se fundieron los tres en un abrazo que nos hizo saltar las lágrimas a más de uno. Poco después resonó el tambor y susurró dulcemente la quena acompañando la entrada de las ofrendas: frutos, corona, dones portados por jóvenes que danzaban con esa gracia y fuerza tan propias de la selva.


Ramón lleva dos años en esta parroquia. Cuando llegó, sin ser todavía diácono, pidió al pueblo lindo que le enseñaran a ser servidor, a prepararse bonito para el ministerio. Cayó muy bien desde el principio, acompañado magníficamente por Matías, con quien ha formado un gran equipo. Trabaja con los jóvenes, le encanta salir a las comunidades y estar de manera sencilla con la gente, sintoniza muy rápido y bien con los indígenas y con todos porque es de acá, habla el lenguaje del río, maneja los códigos vitales y culturales y por tanto disfruta de una cercanía inalcanzable para los misioneros.

Ese cariño se hizo notar en la liturgia, dotó a la asamblea de una carga emotiva, se percibía una vibración peculiar. El coro lo hizo magníficamente e hizo cantar a todos, permitiendo expresar a la manera popular el agradecimiento y la alegría. Ramón recibió el cáliz y la patena, mientras el pueblo menudo, su parroquia, su iglesia vicarial, lo ungía como sacerdote uno-de-los-nuestros, en expresión de Bernhard Häring que leí hace muchos años y que siempre me ha inspirado.

La jornada era redonda porque, tras la ordenación, nuestro obispo inauguró el Centro Papa Francisco, un complejo sociopastoral recién terminado, que se ha podido construir con la ayuda directa del Papa. Después de los discursos preceptivos y de la bendición, las más de 400 personas que llenaban las instalaciones (maloka, salón, comedor…) pudimos disfrutar de una rica cena a base de ají de gallina, refresco de camu camu y por supuesto masato.

Un pequeño programa culminó con la pandillada, esa danza masiva típica del carnaval loretano en la que los participantes se empujan, gritan, hay zancadillas, carcajadas, se bota agua, barro, harina… Fue como la correspondencia explosiva de la satisfacción que sentíamos, una diversión a tumba abierta. La pasé genial y acabé empapado de pies a cabeza. Lo que vino más tarde no fue tan bonito y lo cuento en la siguiente entrada.

(Continuará)

sábado, 22 de marzo de 2025

TE LO MERECES, BERTA

Y el día llegó. Y coincidió con el aniversario de Mamá, de su paso a la Luz, y no me cabe duda que tu éxito está conectado con su alegría eterna, y es un alivio en medio de este tiempo tan desolado. Sé que ella no hizo nada para ayudarte a conseguirlo, simplemente porque no lo necesitabas: te lo has ganado.

Bueno, realmente Mami sí que hizo mucho, desde años atrás: llevarte en su seno, darte a luz, su hija pequeña, la wincha dicen acá en la selva, siempre sospechamos que fue algo imprevisto, un “fallo técnico” que llegó con una sonrisa de oreja a oreja, y una especie de felicidad de serie: Bertorro gorda que juega a todas horas y todo le viene bien.

No fue nada difícil para Papá y ella sacarte adelante, porque resultaste ser la más lista de todos nosotros: estudiaste fisioterapia en Cádiz (era lo que te gustaba y te empeñaste), y luego biblioteconomía en Badajoz; aprendiste portugués -todavía me pongo en la playa el polo de Brasil que me trajiste de Curitiba hace 28 años y que solo tiene 4 estrellas- y lograste la licenciatura en Fisioterapia en Lisboa.

Pronto fuiste viendo que tu camino era la universidad, y para ello te mudaste con Pilu y el Licenciao mu chicos a Badajoz. No fue fácil criar a dos hijos y abrirte paso, pero trabajaste muchísimo, haciendo funcionar toda tu capacidad. Hasta que en 2010 te convertiste en la primera doctora en fisioterapia de Extremadura. Estuvimos a tu lado aquel día, ¿te acuerdas? Satisfechos, más anchos que panchos. Mamá la primera.

La vida siguió. Llegaron momentos difíciles, pero los superaste con tenacidad, convicción y siempre el apoyo de tu familia. Y después más metas, más deseos y propósitos alcanzados: profesora titular especializaciones en el método Vojta y Le Metáyer, amplia experiencia en fisioterapia en pediatría, formación en Concepto Bobath… todo lo canta el Google y a mí me suena un poco a chino.

Y hace unos años, vicedecana de estudiantes. Te atreviste a meterte en esa jungla de los departamentos universitarios, escenario de tácticas en busca del poder, la política que lo emponzoña todo, donde arrecian las zancadillas maquilladas con buenos modales. Pero tú sueñas una universidad mejor, de más calidad, con la persona del alumno en el centro. Y lo luchaste.

El año pasado, cuando yo estaba en España, conversábamos acerca de la posibilidad de presentarte a las elecciones a decana de la Facultad de Medicina. “¿Estás segura?”- recuerdo que te pregunté. No lo veíamos claro porque tendrías que enfrentarte a los médicos y también ganarte su voto, y sabemos lo del rodillo del corporativismo profesional. “Tú eres fisioterapeuta, ¿tienes alguna posibilidad?”

A ti te parecía que sí, y tu compañero Paco creyó en ti desde el principio, se nota que es brillante también. Estos meses se han entreverado los altibajos y esfuerzos de tu “campaña” con la penosa travesía de nuestro duelo, pero te has mantenido firme, con la esperanza en alto y jugando tus bazas con habilidad y talento. Supongo que te has mostrado tal y como eres ante colegas y alumnos, y como son todos sagaces y estudiaos, te han elegido con el 90% de los votos, ahí es nada.

Además ocurrió el 8 de marzo, día en que una mujer triunfó en un ámbito que sigue siendo esencialmente masculino. Fisioterapeuta y mujer, decana de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad de Extremadura, esa es mi hermana Berta. Hoy estamos todos contigo en tu toma de posesión, Mamá y yo incluidos. Felices por ti y sinceramente orgullosos. Te lo has merecido de principio a fin. No olvides que te queremos infinitamente, seas decana, runner, fan de Netflix o lasañista.

https://www.hoy.es/badajoz/facultad-medicina-necesita-profesores-poder-ofrecer-calidad-20250319072532-nt.html

sábado, 15 de marzo de 2025

EL ROSTRO AMABLE DE LOS FINANCIADORES

 
Hacer una visita es grato, y a veces muy conveniente, como ya conté a propósito de mi viaje a Alemania. Pero que te la devuelvan es un deleite y un privilegio inusitados. Y eso es lo que ahora quiero narrar: cómo la dra. Martina Fornet, ejecutiva de Adveniat, uno de los principales financiadores de nuestro pobre Vicariato, ha llegado a la selva, y el optimista regusto que su paso nos ha dejado.
 
Aquella noche de noviembre, en su casa, cenando con su esposo y sus dos hijos, ya cambiamos impresiones acerca de su intención de venir. Martina vivió un año en Perú, haciendo una experiencia de voluntariado en Lima, y conoce por tanto un poco nuestro país, pero nunca había respirado el aire de la Amazonía. Lo había intentado, pero circunstancias se habían cruzado y lo habían impedido.
 
Esta vez, como buena alemana, a comienzos de año agendó su recorrido por algunas jurisdicciones peruanas de entre las muchas que Adveniat apoya. Entre ellas San José del Amazonas. La gripe me impidió ir a recogerla al aeropuerto, tal y como ella había hecho conmigo en la estación de Colonia, pero nuestro obispo y nuestra ecónoma fueron una mejor representación.
 
Aquella noche fuimos en busca de pollo a la brasa junto con otros misioneros; era el día de la mujer, los restaurantes en Iquitos estaban a full, el ruido era ensordecedor, pululaban los happy birthdays, pero Martina sonreía y parecía divertirse. Y lo cierto es que así ha sido durante toda su estadía: a todo se ha adaptado sin problema, no ha reclamado nada, siempre conforme y contenta.
 
Y eso que ha vivido la realidad cruda de los desplazamientos, las distancias y la precariedad. A la mañana siguiente salimos al río en mitad del diluvio universal: un tremendo aguacero que duró desde las dos de la madrugada hasta mediodía. Guareciéndonos con las sombrillas llegamos a Mazan, donde nos invitaron amablemente a desayuno; de ahí a Indiana en motocar bajo la lluvia; y de ahí una hora de navegación en peque peque hasta nuestro destino: Timicuro Grande.
 
En Timicuro debía esperarnos la comunidad para celebrar la Eucaristía en su capilla, una de las que Adveniat ayudó a construir hace cuatro años. Pero la lluvia desbarata los planes, y finalmente solo un pequeño grupo de personas se reunió, cuando el temporal ya ha había remitido. Le dieron las gracias a Martina en su manera sencilla, y nos ofrecieron un rico almuerzo: arroz con pato. Y Martina, agradecida, disfrutó de todo. Ni se quejó de los ysangos, y mira que ahí son bravos.


Al regresar, casi nos quedamos atorados en la barricada de guama que prácticamente tapaba la quebrada. Bromeamos, pero… jeje, bienvenida a la misión. En la noche, al terminar la Eucaristía de la parroquia de Indiana, la gente linda volvió a aplaudir a Martina, feliz de conocer rostros concretos de personas cuya vida mejora un poquito gracias a su labor y la de su equipo.
 
Al día siguiente, de nuevo en Iquitos tras dos horas de viaje en ponguero, Martina decía que “he descubierto los puestos de misión y comunidades más próximas… y hemos tomado todo un día por lo lejos que están, jaja”. En las varias reuniones que hubo en la oficina, Martina escuchó con atención, muy interesada y atenta, abriendo posibilidades de nuevas ayudas, y en todo momento trató de facilitar las farragosas tareas de informes y rendiciones de cuentas, simplificando, quitando hierro, flexibilizando los plazos, transmitiendo que confía en nosotros, que valora nuestro trabajo y comprende la parquedad de medios y personas. Un encanto.
 
Ayer hubo una reunión del equipo de coordinación pastoral donde evaluamos esta visita. Soledad dijo que es reconfortante saber que alguien piensa en nosotros, que hay a quienes les importan las iglesias nacientes, la pobreza, la Amazonía, y se unen con su oración, su cariño, su esfuerzo y su aporte a lo que soñamos e intentamos plasmar. Para mí, este estilo de colaboración económica, tan humano, es una primorosa manera de cuidado a la misión. En la noche invitamos a esta doctora culta, inteligente e humilde, a cenar en la Casa de Fierro; pero ni eso ni nada puede pagar todo lo que ella hace, y cómo lo hace. Gracias con todo el corazón, Martina.

sábado, 8 de marzo de 2025

NO TENGO NADA QUE ESCRIBIR

 
Llega el sábado y nada preparado, ninguna historia en el bolsillo. Podría ser que la Asamblea Vicarial de la semana pasada fue un exitazo, la mejor que recuerdo, pero no tengo fuerzas. Un virus maligno me ha dejado KO, fulminante y mortífero como un gancho de izquierdas, y me ha empaquetado en la cama.

Durante el regreso de Indiana llovió, y el faldón del ponguero en que veníamos, en lugar de proteger, estaba doblado de una manera que le convertía en un embudo que acopiaba agua y nos la botaba encima a Raquel Peralta y a mí (Diosito, ¿cómo estará ella?). Me mojé todito a las primeras de cambio y luego recibí el viento húmedo de dos horas de bajada por el Amazonas. Ahí empezó todo.

El lunes primero sentí un bruto calor como encerrado dentro de mí, ocluido, sin sudor. Y en la tarde ya escalofríos, los dientes tiritando a pesar de los 30º de temperatura, como en las malarias. De pronto, en un santiamén, el virus te maniata la energía y apunta sin piedad a la línea de flotación del optimismo. La cantidad de tareas que intuyes que no vas a poder hacer los próximos días se te vuelven un muro o la ola gigante de un tsunami. Y te acuestas para que te aplaste.

Siento la garganta como si me estuviera mordiendo una piraña, pero no hay placas. A medida que los ibuprofenos y paracetamoles van desfilando, rompo a transpirar. Y es un sudor paralelo al ardor anterior: feroz, desbordante. Las sábanas, los polos y los piyamas acaban empapados. Las lavadoras se suceden; las pongo por las mañanas, cuando estoy un poco más entero. No tienes cabeza para nada, pongo modo avión para que no me angustien mensajes de trabajo… ¿Cómo hará el Papa para seguir escribiendo textos desde el Gemelli? Qué trome.

Y así, en plena lucha contra lo que fuera, comenzó la cuaresma. Alguien bromeó: “que te lleven la ceniza a la cama”. Pero no hacía falta, porque mis penitencias eran el dolor de garganta y de cabeza, y los 39 de fiebre; el ayuno, no poder tragar casi nada; la oración, “Diosito, que pase una buena noche y mañana ya esté mejor”. No necesité ceniza para meditar acerca de lo poco que somos, del peso de mi vulnerabilidad, de las dentelladas de las pasividades de disminución.

Hubo momentos muy lastimosos. Te preguntas para qué “tanta cosa”, tanto trabajo, “tanto penar para morirse uno”, en palabras de Miguel Hernández. Y se te viene todo encima. Justo hace un año estaba yo con mi mamá, en sus últimos días… lo que tuvo que sentir, la tristeza, la soledad, a pesar de que estábamos todos a su lado… La extraño muchísimo. Siempre trataba de ocultarle estos percances de salud para que no se preocupara y porque no podía hacer nada desde tan lejos, pero sabía que estaba ahí. Pero ahora…

Me acusan de mal enfermo porque no hago caso, no consiento en ir al hospital, no quiero tomar antibióticos. Cuando estás así, tan débil, sin poder dar un paso, sin ganas de nada, no vale que te regañen. Necesitas que te consideren, que se acuerden de que existes, te echen de menos si no te ven por la casa; que te atiendan, que te cariñen, y hasta te engrían y te pregunten: “¿qué te apetece para almorzar?”. Qué bonita palabra, el cuidado.

En fin. Estamos a viernes, quinto día de batalla contra ese enemigo invisible pero bravo. Y parece que vamos salir de esta. Anoche me atreví a recoger la ropa y uf, fue como correr la maratón de Nueva York; pero hoy tal vez me anime a alcanzar el comedor por mi propio pie. Esta mañana me miré al espejo y vi a un tipo todo ojos y con una barba como la del conde de Montecristo después de escapar del Castillo de If.

Está comprobado que a los Reyes hay que pedirles salud, lo demás importa un pepino. Salud; solo caemos en la cuenta de lo preciosa que es cuando la perdemos. Eso es todo. Disculpen que esta vez no tenía nada que contar.